Joaquín Cid Leal, un gran conocedor del entorno natural de Sanlúcar la Mayor, nos envía el siguiente comunicado:
«El próximo domingo 23 de noviembre, con un grupo de amigos nos vamos a pasar el día a uno de los parajes más bonitos de nuestro río, «la Garganta del Guadiamar», a todo el que le apetezca acompañarnos, decirle que el lugar de partida desde Sanlúcar será a las 09:00 h. en la Corredera, frente al Cuartel de Guardia Civil, marcharemos con vehículos propios hasta Gerena, donde quedaremos con amigos de ese pueblo a las 09:45 h., en la puerta del bar de «Amalia» junto a la piscina municipal, para desde allí ir también en coche hasta la población de El Garrobo y ya un poco más adelante iniciaremos la ruta por nuestro río.
Será de jornada completa, por lo que se aconseja llevar comida, además de agua y calzado apropiado, sin olvidar la gorra y sobre todo cámara de fotos. El recorrido aproximado será de unos 4 kilómetros de ida y los mismos de vuelta. La dificultad es media, pudiendo ir niños a partir de 6 ó 7 años acompañados de mayores. Si la climatología, para ese día, se nos anunciara muy adversa, pues ya avisaríamos.
Os muestro el estupendo micro relato que nuestra amiga Juani Mora le dedica a «LA GARGANTA DEL GUADIAMAR».
Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida.
Sin embargo hasta las duras rocas sucumben ante el gotear infinito.
Estaba allí desde los albores del recuerdo, su redondeada e imponente mole de granito taponaba el correr del río cuando llegaba manso y fluido ante su rocosa frenada.
La corriente escapaba con bravura sorteando las oquedades inmunes a su poder de detención.
La caída en cascada era similar a la valiente fuga de una cárcel imposible, construida entre piedras con resquicios desgastados por el constante roce de su huida, hacía sonar la eterna música que sólo el agua y la piedra en sus relaciones
íntimas y efímeras son capaces de componer.
Melodías como las que inventa un río al pasar por un desfiladero, en ese pentagrama de notas silvestres secuestradoras del tiempo y del sentir.
Pasaron años y siglos… la caprichosa y paciente agua se vistió de inmenso invierno lluvioso con un vigor desconocido en aquella sierra.
La garganta del río acostumbrada a mandar sobre la mansa corriente se ahogó, las oquedades se quedaron pequeñas ante la riada desmesurada y, la roca eterna y bella de la sierra redondeada a golpe de gotas incansables sucumbió corriente abajo en un
cántico estruendoso que dejó libre la puerta de aquella cárcel para siempre… y la música no fue más».